Por Ricardo González Morales
«Es preciso que observemos no sólo el día de la pasión, sino también el de la resurrección. En esto consiste el Triduo sacro, en el que Cristo padece, reposa en el sepulcro y resucita» (San Ambrosio , Ep. 23,12-13)
Ciudad de México.– Llegamos a los días más importantes del año litúrgico, a través de este misterio, «con su muerte destruyó nuestra muerte y con su resurrección restauró nuestra vida» (prefpasc. I). Este tiempo está considerado justamente como la culminación de todo el año dedicado a conmemorar y actualizar la obra redentora de los hombres y la perfecta glorificación de Dios. El Dios que desde tiempos inmemoriales ofrece su amistad a nuestros hermanos mayores –el pueblo judío- mira con benevolencia a la porción elegida y después de la bendita “Encarnación”, nos entrega al Hijo amado para que reconcilie a toda la humanidad y nos permita gozar de las mieles de la salvación.
Pero es necesario sufrir y morir con Jesús, pues el que padeció lo indecible, que ninguna culpa tenía, asumió como propia la falta de toda la humanidad y “Ésta es la noche en que, rotas las cadenas de la muerte, Cristo asciende victorioso del abismo. ¿De qué nos serviría haber nacido si no hubiéramos sido rescatados?(pregón pascual). A esta magnífica conclusión nos lleva el cántico de la noche del Sábado Santo pues era preciso que “El Hijo del Hombre debe padecer mucho, y ser rechazado por los ancianos, los principales sacerdotes y los escribas, y ser muerto, y resucitar al tercer día (Lc 9, 22).
¿Qué le dice a la sociedad de hoy, la acción salvadora de Jesús?, ¿Qué te dice a ti?
Profr. Ricardo González Morales, Bachillerato Formación Religiosa
Alabado sea el Verbo Encarnado
Para Siempre
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